Residencia de James Manna.

Una casona antigua, situada a las afueras de Londres, es la vivienda de James.
Al estilo del renacimiento, es casi una finca, con varias hectáreas de terreno. james le ha hecho pocos arreglos, prefirió conservarla tal y como estaba en cuanto a apariencia, pero cosas como un enrejado alrededor de todo el lugar no lo pudo pasar por alto.

Grandes jardines muy bien cuidados. Casi nunca recibe visitas inesperadas. Un camino marcado que lleva al porche de la casa: una gran puerta de roble con intrincados diseños antiguos y dos manijas color dorado.

Al entrar a dicha vivienda, queda a la vista la gran sala. De paredes color crema para naranja suave, dan una sensación de calidez, especialmente cuando se prenden las luces amarillas del candelabro que cuelga en el techo. Algunos cuadros en las paredes y estantes llenos de objetos antiguos tales como tazas y platos ornamentales.

Las demás habitaciones que no pueden faltar como la cocina y los baños son de una gran simpleza, sin nada fuera de lo común y que se encuentran en la parte oeste de la casa.

El cuarto más importante es el estudio.
Un gran salón en el cual innumerables libreros llenos de distintos textos se encuentran cubriendo las paredes. Al medio una gran mesa atraviesa la habitación. El lugar está lleno de luz gracias a los vitrales que cubren el techo, dando así una apariencia luminosa.
Es la estancia favorita de James en la cual pasa casi todo el día, la mayor parte del tiempo leyendo o escribiendo, aunque también le gusta simplemente estar ahí.

Lee, sentado en el sofá de su sala. A pesar de que sus ojos recorren las palabras que llegan a su mente, no comprende. Después de un momento se da cuenta de que no ha entendido nada de su lectura. Su mente está en otro lado. Está muy inquieto: espera a una persona importante, John Gray.
Todavía recuerda lo nervioso que estaba, escribiendo la invitación que le mandó por correo a John.
Se mordía el labio intentando buscar las palabras adecuadas que plasmaría en el papel. Palabras exactas con las cuales expresar sus sentimientos.

Suspiró y cerró su libro con un golpe seco. Lo dejó en la mesita de centro de la sala.
Impaciente, empezó a mirar el reloj. Había pasado la mayor parte de la mañana ensayando qué iba a decir, cuáles iban a ser sus palabras esta vez. Él era así, en ocasiones importantes o de mucha relevancia. Él era un perfeccionista. Podría decirse que lo habían criado así, para que todos se sorprendieran de su carisma y era muy sociable.

Pero, con el joven Gray no era así. No se rendía ante él, ni aún por la habilidad especial que había conseguido al convertirse en vampiro: que era la influencia en los demás. Todo esto le sorprendía. Lo dejaba a veces anonadado. La facilidad con la cual John se zafaba de él.

Extrañaba los momentos en los cuales vivían juntos. Siempre le rogaba que volvieran a aquellos tiempos y en esa ocasión quería volver a intentarlo. Volvió a suspirar. No quería sentirse tan solo y aquella era la razón por la cual transformó a John, pensando que tal vez así estarían de cierta forma unidos, y claro que lo estaban pero no como él había esperado.

La palabra prostitución le trae imágenes, más que de mujeres desgraciadas, de chicos muertos de hambre, recién salidos de la pubertad y vendidos a extraños por padres desalmados con tal de que alcance para pagar la renta. La miasma en las calles de Bristol a fin de siecle es aún una de sus más vívidas memorias, como también lo es el brusco amor al que era sometido por los lascivos seres sin los cuales el siquiera cenar se le hacía horrorosamente imposible.

Tiene el vago conocimiento de que dichas prácticas continúan de una forma más práctica, más desentendida, y mucho menos discreta. Más que muchachos, ahora encuentra mujeres paradas en las esquinas de las cuadras; en las paradas de gas, en las paradas de autobús. Varias veces se ha alimentado de ellas, cuando los jóvenes bellos escaseaban. Le habían ofrecido sus productos y él había tomado más que lo suficiente.

Una cierta repugnancia le invadía cada vez que se acercaba a una de aquellas meretrices maltratadas, desencantadas con la vida. ¿Quién más le habría hecho lo mismo, a aquella mujer? ¿Un contador al que le esperaba una esposa gorda en casa? ¿Un quinceañero inexperto en busca de aceptación grupal? Todos ellos y muchas más, definitivamente. No podía evitar pensar en la suciedad con la que se llenaba, que se filtraba por sus poros de una manera más psicológica que biológica.

Usualmente terminaba alimentándose de ellas. Las abandonaba respirando brevemente, inconscientes entre las sábanas. Anteriormente, dichas escenas habían sido comunes en su vida nocturna: la imagen de moteles baratos salta a su mente, al recordarlo. Una llamada anónima al hospital, si la víctima aún vivía (comprobando que aún permanecía en él cierto amago de humanidad, una sombra próxima a desvanecerse con el pasar del tiempo), y su salida apresurada.

Aún entonces, estaba acostumbrado a obtener lo que quería. James le concedía… le concede todo, absolutamente todo. A cambio de un precio razonable, por supuesto. John Gray no es distinto a una prostituta. Sus acciones son interesadas, siempre buscando el bien propio sin importar qué tan bajo llegue a caer. El orgullo es algo subjetivo, que bien puede ser inventado o ignorado. John siempre escogió mandarlo por la borda, y no tiene intención en cambiar su actitud hacia ello.

Es así como, tan pronto comienza a oscurecer el cielo, abandona Camden Road en la dirección planeada. Al momento de salir, Bastian sigue dormitando. No considera oportuno el despertarlo, en especial conociendo su destino nocturno. Sería cruel. No para Bastian, sino para sí mismo; el sufrimiento interno, suyo, el sentir que le está abandonando. Muchas veces ha sido John el único preocupado. Le sorprende lo independiente que se ha vuelto su niño últimamente.

El enrejado le impide el ingresar a la imponente edificación. Toca el intercomunicador con insistencia y repite su nombre y el de James con la impaciencia de un niño, esperando que se le permita la entrada.

Una especie de emoción lo embarga al momento de oír el timbre del intercomunicador.
Se siente algo avergonzado por la sensación de mariposas en el estómago. Tal y como una colegiala enamorada que espera su primera cita.
Para él es tan embarazoso, sin embargo en el fondo le gusta la sensación. Le recuerda que todavía puede sentir, que el convertirse en un vampiro no le ha quitado toda sombra humana que alguna vez pudo tener.

Intentando controlarse, camina lentamente hacia el intercomunicador. Mide cada paso, probándose a sí mismo si sería capaz de no contestar e irse. Pero sabiendo que no es posible. No si es que John Gray lo está buscando. Levanta el auricular y lo invita a pasar con esa voz suave que tiene.

Se sienta en el diván esperando a su visita. Rápidamente empieza a pensar cómo es que terminó así: intentando conquistar a un hombre. Sonríe ante la idea, y ante la reacción de la gente al oír cosas así. Le parece extraño y cómico a la vez ya que hace miles de años los hombres andaban juntos, sólo por el hecho de creer que las mujeres eran degradantes.

Ahora aquella idea era repugnante. Para él no. Realmente le daba igual pero le asustaba un poco que John fuera como esas personas que pensaban que las mujeres eran indignas. Y que sólo andaba con hombres por eso, no porque sintiera algo por alguno en verdad.

Se levanta, impaciente. Espera en frente de la puerta que John entre. Mete las manos a los bolsillos, muy inquieto, pero amando esa sensación. Esta vez realmente tenía que hacer que John volviera con él. Lo extrañaba mucho. Y en ese instante una sensación de nostalgia lo empieza a embargar totalmente, ahogándose en ella.

La voz de James, perfectamente reconocible a su oído suena a través del intercomunicador. Emplea palabras rebuscadas, no de esta época; el tono de voz de un elevado esteta. En el mundo moderno se le habría considerado ridículo, histriónico en extremo. John Gray era de los pocos que había sobrevivido a la época en que los huérfanos morían de hambre en las calles mientras las clases medias se regodeaban en el exceso y contemplaban la vida dándole la menor importancia, recitando poemas pretensiosos. Había él estado a ambos lados del espejo, primero como agente de depravación y posteriormente, gracias a James, como niño mimado de buena sociedad.

Sus diversas opiniones sobre James son a menudo fuertes y contradictorias. Hay tiempos en los que se permite el olvidarle, enviar su recuerdo a la periferia de la conciencia. Esos tiempos, no podría ser más feliz. Esos tiempos, piensa que la mera compañía de Bastian es más que suficiente para reemplazar aquellos placeres culpables, mal vistos y por lo tanto ocultos bajo el usual manto de hipocresía.

Entonces lo recuerda, tal vez bajo la influencia de un cuadro de algún artista olvidado, de un libro acerca de petimetres risibles. Sea cual sea la razón, se encuentra de inmediato deseando todo lo que no tiene, o mejor dicho, lo que no puede costear por sí mismo, divagando con amargura acerca de su mínima fortuna. Puede que se encuentre en una galería de arte, y encuentre una obra tan maravillosa como costosa: entonces se diría, “Tengo que tenerlo. James podría comprármelo si se lo pidiese.”

Muchas veces han sido las ocasiones en que lo ha pensado. Las noches siguientes se encuentra regresando de cierta mansión con el cuello cubierto discretamente por una bufanda, una camisa de cuello alto: ocultando las señales evidentes causadas por su benefactor… y un nuevo cuadro colgado en la pared para la semana siguiente.

Las ideas ausentes acerca de qué pedirle a continuación consiguen distraerle momentáneamente. “¿Un viaje?” imagina con la dicha de un adolescente sin ganas de ser independiente y alargar indefinidamente la niñez. Exigirle pagar un viaje tanto a él como a Bastian sería una gran sinvergüencería; una ofensa grave, dado el disgusto en que lo tiene. Reprime una sonrisa, visualizando la escena. La sorpresa de James, el posterior enojo y los celos. Ah, los celos. John tendrá que hacer mucho para que lograr que ceda.

Tampoco es que le parezca del todo desagradable, si no cansado, el cumplir sus deseos.
Abre la puerta sin tocar, está sin llave. Es una persona muy confiada como para dejar la casa tan libre, para que cualquiera pudiese ingresar sin más. Pero, ¿acaso hay humano, por más peligroso que sea, del que un vampiro no pueda defenderse? No le da suficiente crédito a James, últimamente.

El aroma característico de James se filtra sus narices; olor a perfume francés. No conoce su nombre, pero debe ser caro, conociéndolo bien. Entonces lo ve, esa cara de niño, tan traicionera, y su cabello tan cuidado.

—James —pronuncia su nombre con el obscuro placer de un amante ocasional, por enésima vez comprendiendo a quién tiene ahora en frente—. Me echaste de menos. Lo sé. Se te nota. ¡Seguro te hiciste una paja pensando en mí! —ríe, ingresando a la estancia con buen humor por la futura remuneración.

Aún con el corazón en la boca y sintiendo la nostalgia, abrió la puerta, encontrándose cara a cara con el protagonista de su cavilaciones.

Cada vez que veía a John, un torrente de emociones lo llenaba como una ráfaga de aire inesperada y algo violenta, pero llena de oxígeno que iba hacia sus pulmones, llenándolos. Eso era, John Gray era su oxígeno. Sus encuentros iban marcados de muchos significados para James y una de las cosas que aún no podría resolver era la razón por la cual cada vez que lo veía, su presencia le chocaba como la primera vez que lo vio.

Recordaba esa noche con claridad. Muchas veces se aferraba a aquel recuerdo. Él, buscando algo de placer y diversión momentáneas, se había topado con aquel muchacho y no había tenido en cuenta lo que ocurriría después y cómo terminaría todo.

Transformarlo, morderlo, que ambos compartieran algo así, que tuvieran la sangre del otro. ¿Acaso no eran suficientes razones para que estuvieran juntos, sólo ellos dos?
James no lograba comprender, y le frustraba.

Por eso estaba allí, invitando a John a su casa, sabiendo que él tenía algún capricho y James se lo podría conceder.
A cierto precio, claro.

— John...pasa — dijo, visiblemente alegre.

Mientras cerraba la puerta, escuchó el comentario que él hizo. Rió suavemente por la broma, pero en el fondo era cierto por lo que intentó cambiar de tema sutilmente.

— Parece que el andar por esos bares te maleducan — dijo, refiriéndose al lenguaje, vulgar para él. Después de todo, había sido criado para ser una persona refinada e intelectual de la alta sociedad. No quería olvidar sus maneras y le gustaba ser alguien educado.

Dio media vuelta, y se dirigió a la sala, guiando a John. Se sentó en el sofá y lo invitó a hacer lo mismo en el diván de cuero que tenía en frente.

— Bueno ¿qué deseas esta vez? — preguntó, conciso y directo, sin ningún rodeo. Si John quería algo, cualquier cosa, se la concedería sin pensarlo.

Siempre eran cosas materiales. Todo giraba en torno al dinero, lo cual no era ningún problema, al contrario, facilitaba mejor todo el asunto. Y, la forma de John de devolverle el favor, o más bien, pagarle, era lo que más le gustaba.

Su ansia del muchacho que tenía en frente le quemaba. Era una de las cosas que más disfrutaba por ser vampiro. Cuando se transformó, se fortaleció de muchas formas, incluyendo sus emociones. Se multiplicaron y adoraba la sensación de querer algo con tanta fuerza.

La nostalgia que James de momento sentía no era en absoluto compartida por John. Los años compartidos juntos habían sido un gran error. Lo que recuerda de esos tiempos es esa presencia sobreprotectora, que eventualmente llegó a odiar: las tardes pasadas en encierro, con James narrándole historias de su vida mortal, memorias de una mujer y de una niña—todo mientras él se preguntaba a cuál de las dos tendría que reemplazar, a la esposa o a la hija. Ambas opciones se le hacían horrendas. Había veces en las que no podía ni mirarle. En vez de ver al ser bello e inmortal que lo había adoptado y sacado de la pobreza, veía al hombre enfermo que no podía pasar una noche sin tocarle, sin satisfacer un apetito sexual que con cualquier otra persona habría podido reprimir.

“¿Por qué yo?” se pregunta a menudo aún en la actualidad, no sin cierta ambivalencia. James pudo haber elegido a cualquier otro ser, en vez de él. “Debió haber elegido a una mujer”, piensa en los ratos libres que se abandona al desvarío. Una mujer nunca lo habría dejado. Una mujer se habría enamorado de él; es más, su amor hasta sería correcto. No como la difícil relación que comparten ambos ahora. “¡Y qué mal tino para elegir un compañero!” se ríe de sí mismo. Si James deseaba fidelidad, camaradería y todo lo que viene en el paquete, ¿cómo se le ocurrió enamorarse de un chapero?

La presente alegría de James es algo que ya había tenido en mente. Si hay algo que James llegue a disfrutar siempre, es un buen polvo con su puto favorito. Si bien en su acuerdo no se encuentre prometida una noche de diversión, es así como usualmente acaban sus ocasionales encuentros. Se podría describir como una ley no escrita, negocios son negocios. En su mundo, se trata de un intercambio equivalente; James termina con la satisfacción propia, John con bienes materiales. Prostitución con otro nombre, el de la amistad interesada.

—¿Me maleducan? ¡Siempre fui así! —se deja caer en el diván, haciendo un puchero—. Otra cosa es que intentes cambiarme. A lo mejor ya olvidaste cómo, cuándo y dónde fue que me encontraste. Y por qué me quisiste en primer lugar. Es ése un punto de gran importancia.

Sus formas nunca habían dejado de ser rudas e irrespetuosas, contrastando con su rostro de niño bello. James había intentado cambiarlo en muchas ocasiones. John había optado por ignorar sus intenciones de civilizarlo… ninguno se había acostumbrado a las maneras del otro, y tal vez es esa una de las razones por las que John optó por tomar un camino propio.

No le tomó en absoluto por sorpresa la pregunta de James. También él quería terminar las cosas lo más pronto posible, tomar el avión con Bastian y no ver a nadie por semanas enteras. Pero eso sería lo más fácil, y lo menos apropiado para alguien como él. Fingió ofenderse, frunciendo el ceño ligeramente como quien ha sido profundamente herido.

—¡Jamie! ¿Tú también? No creía que tú fueses así. Pensé que me llamaste para que te hiciera compañía. Parece que me equivoqué contigo —se cruza de brazos, haciendo una breve pausa antes de continuar—. Pues, ya que estoy aquí, dime qué quieres hacer. Acá sentado me aburro horriblemente.

Piensa en lo que John acaba de decir. No era del todo mentira. James siempre estaba intentando cambiarlo. Siempre pensó que era muy egoísta de su parte. Pero al final terminó aceptando esa parte de sí, la que intenta que las demás personas se acomoden a su personalidad, que sean más fáciles de manipular. Detalles mínimos como el de ese instante, la manera de hablar de John. Decide de que no es el momento para pensar en todo eso.

Se tensa un poco al oír el apodo con el que lo llama John. Le recuerda muchas veces que él ha intentado rogar. Siempre le decía -Jamie-, intentando apaciguarlo un poco. Si es que de aquella forma él cedería, y claro que pasaba eso. Sonrió levemente al oírlo expresarse. Sonaba como un niñito y eso era algo que disfrutaba mucho. Ocasionalmente piensa en él como un niñito que es inseguro y algo perdido, lo cual no está lejos de la realidad, sólo que realmente Gray es así, pero de otra forma.

Verlo tan cerca. Tenerlo tan cerca. Todo eso lo ponía ansioso. Disfrutaba el nerviosismo que experimentaba con el simple hecho de estar en su presencia. James se volvía tímido y muy inseguro, cosas que no eran nada usuales. Es más, él era todo lo contrario. Se dijo que no debía andarse con más rodeos. Con pasos rápido, intentando que no sean vacilantes, se levantó del sofá y se sentó en el diván, a su lado.

— John...oh...yo sé que tú quieres algo, tal vez un cuadro, un libro o simplemente dinero — rió pensando que gracias a esos caprichos, él salía beneficiado también — y ya conoces el precio, o si quieres llamarlo así, el...favor que me tienes que devolver.

Lo miró fijamente a los ojos, diciendo lo último con un tono de voz más serio pero a la vez intentando esconder una sonrisa pícara que amenazaba con mostrarse.
Se inclinó hacia él, hasta lograr que quedara, de cierto modo, encerrado. Posicionó sus manos a los lados de la cabeza del muchacho y se movió hasta quedar sobre él. Sus piernas estaba dobladas. Sus rodillas se apoyaban en el diván y sus pies salían de éste. Sabía que debía usar mucha fuerza y tener mucha determinación, porque John podría zafarse.

Descargas eléctricas recorrían su cuerpo al momento de tomar entre sus manos el rostro de John Gray. Durante un segundo lo miró con el objetivo de memorizarlo totalmente, de que cada una de sus facciones quedara grabada en su mente, con el fin de revivir aquellos recuerdos para otro tipo de satisfacción.

James posó sus labios sobre los de John. Su beso fue exigente, arduo, profundo, buscando que fuera correspondido de igual forma, aunque sabiendo de antemanos que no sería así. Su lengua se deslizó rápidamente, abriéndose paso en la boca de Gray. Sus ojos permanecían cerrados. No quería ver la cara que tendría él. A tientas, empezó a lamer aquellos labios que lo desquiciaban.

Empezó a morderlo, rogando por lo menos un gemido de parte de él. Sus manos empezaron a bajar lentamente, y temblaban. James no sabía qué hacer en ese momento. Quería por lo menos la aprobación de John. Se sentía tan patético. Él quería hacerlo lo mejor posible, recibir una respuesta, una reacción.

Su cuerpo convulsionaba de la excitación, De un momento a otro estallaría. Quería a John Gray dentro de él. La sangre retumbaba sus oídos. Seguía temblando. Pero debía controlarse. Tal vez si esperaba unos minutos más el muchacho sobre el cual estaba se redemiría. Ya no tendría que ejercer la fuerza que hasta el momento estaba usando.

Respiró, mientras hacía uso de su voluntad. Sus manos se volvieron puños que cayeron a los costados, siendo apaciguadas momentáneamente. Se mordió la lengua, esperando que el dolor apaciguara su ansia.

— John.. — fue lo único que dijo con aquel tono tan conocido por ambos. Reflejaba la duda que tenía James. En esa ocasión su necesidad había sido mayor que otras veces y James no sabía si podría seguir controlándose, si es que Gray se negaba a satisfacerlo.

El viaje con Bastian es lo de menos. Si hay algo que le disgusta de James, es verlo tan libidinoso. Su expresión, sus gestos…, le dejan pistas acerca de qué intentará hacer. O más importantemente, qué intentará hacer con él. Por su parte, John siempre vio el sexo como algo indecoroso. Si bien en un principio lo había empleado por necesidad (en ese entonces, una comida y un par de monedas), desde hace años lo ve como algo completamente indecente. Una cosa es que lo haga por beneficio propio, y otra que le proporcione placer. Son situaciones muy distintas. Si James no le recompensara apropiadamente, perdería por completo el interés en él.

Ha intentado pensar en su aversión a dichas acciones, pero ha fallado en encontrar una respuesta aceptable. ¿Será una forma de arrepentirse de las atrocidades hechas en su mortalidad? Improbable, pero posible. ¿O es que simplemente no hay nadie lo suficientemente bueno para tirar? Los estándares de belleza de Mr. Gray se vuelven cada vez más altos.

Escucha la propuesta de James con impaciencia. Siempre fue él una persona de nombrar lo obvio, cosa que en su juventud le divertía en extremo. Le hacía ver carismático, hasta encantador. En esta ocasión, sin embargo, no cesa de molestarle su condescendencia, como si fuese él un niño ignorante al que tienen que contarle sus propias verdades.

—¿Que yo quiero algo? James, tú mejor que nadie deberías saber que lo quiero todo. Como si no te hubieses dado cuenta. Si no te has percatado, pues lo siento —su voz adopta un ligero tono de irritación, de niño resentido.

En su distracción, no se percata de la cercanía de James hasta que es demasiado tarde. Mucho antes de lo previsto, lo tiene encima aprisionándolo bajo su peso. Frunciendo el ceño en disgusto, recibe el beso como quien está demasiado acostumbrado, como puta vieja. Cierra los ojos instintivamente, deseando no ver el rostro de James y su excitación obscena: se une al beso por compromiso, permitiendo a la lengua ajena ingresar a su boca no sin cierto recelo.

Recuerda vagamente las numerosas ocasiones en que hicieron exactamente lo mismo, él indiferente y James esforzándose demasiado por una reacción de sinceridad dudosa. Las pocas veces que demostraba placer habían sido para complacer a James. En un principio no había sido así. Había disfrutado, es cierto. Pero al recibir la inmortalidad, ciertas costumbres perdieron su encanto. El sexo fue una de ellas.

La mordida le saca de sus pensamientos. Le duele, le lastima, o al menos se encuentra bajo la ilusión de que le hace daño. Aleja el rostro con dificultad, gimoteando patéticamente en un intento infantil de zafarse. Por primera vez en la noche, muestra señales de sumisión en vez de rebeldía adolescente. Lo único de lo que está completamente seguro es que no le gusta que le muerda; le recuerda a un animal arrabiado.

—No… no me muerdas, por favor —le ruega, entreabriendo los ojos—. Sabes que me duele.

Para entonces, James ya se ha calmado parcialmente, por cualquiera que sea la razón. Haciendo énfasis en su pedido, John empieza a mostrar señales de cierta ternura, tomando el rostro de su creador entre las manos. Le acaricia las mejillas de una forma terriblemente pueril, casi inocente. Sabe que mostrarse más aniñado de lo normal es algo que le gusta mucho a James, y que ayuda a apaciguarlo.

—Jamie —susurra el nombre al escuchar el suyo, un eco a las palabras—. No seas tan brusco conmigo. Me lastimas.

Sin pensarlo, toma la iniciativa de acercarlo a sí con suavidad, como haría él con una mujer mortal: tratarlo como si fuese algo frágil, preciado. Comienza por besarle las mejillas, obviando cualquier animalismo y optando por un afecto casi asexual, falsamente inocente.