Hacia Inglaterra

Otra vez tenía que viajar por negocios. Otra vez. Esta vez mi superior quería que vendiera... Lo miré en la lista. Basura. Era horrible tener que viajar para eso. Pero tal vez podría intercambiar algunas obras que tuviesen en su galería por esta bazofia si conseguía que se emborrachasen lo suficiente. Ya había funcionado más de una vez. Miré el reloj.
"¡¿Las nueve?! La hora de salida es a las diez y tengo que cruzar todo París!"
Con el pánico habitual por mis despistes cogí la maleta y empecé a llenarla de más o menos cualquier cosa que pudiera servirme en el viaje. Sólo eran pocos días pero no tenía tiempo de pensar. Bajé corriendo las escaleras, maldiciendo no vivir en un sitio con ascensor. Y volví a subir. Me había dejado las copias de las obras que tenía que vender, intercambiar o quitarme de encima como fuese. Bajé de nuevo.
- ¡Chica, un día te vas a matar corriendo así! ¿Dónde vas?
La vecina del primer piso siempre atenta.
- ¡Buenas noches a usted también! -le contesté.
Empecé a correr buscando un taxi pero, ¿quién encuentra un taxi por la noche en esa ciudad?
Fui hacia el autobús, al menos saldría a su hora y estaba cerca. Me venía el olor del Senna, ese olor a caldo extraño y orines. Normalmente lo ignoraba pero ese día me molestó mucho. Llegaba tarde, tenía la maleta mal hecha y si perdía el vuelo me iba a caer encima la furia de la puntualidad inglesa.

Al llegar al aeropuerto entré, me pasé de largo el control, me llamaron la atención, pero conseguí llegar a tiempo y sentarme en mi butaca. "Al menos me pagan un asiento decente". No tenía mucho tiempo para descansar porque el vuelo duraba apenas una hora, pero aún así quería dormir un poco. Miré los pasajeros. Todos tranquilos, esperando la salida. Daban la impresión de ser un grupo de entes extraños bajo la luz molesta del avión, o era el sueño que me podía. Al final me quedé dormida, pensando en acabar con el trabajo lo antes posible.

Miro mi reloj con una desesperación creciente, me siento al lado de la ventana y observo la lluvia callendo desenfrenadamente, la gente subiendo por las escaleras tambaleantes y resbalosas por el agua. muchos sin impermeable, una mujer de cabello negro y largo va de prisa y se aproxima a mi aciento. Abro la revista que siempre dejan en aquella redecilla negra, bajo la mesa plegable e intento leer un poco sobre aburridos negocios. "Sabía ud. que no importa el orden de las letras en una palabra, ud podrá entenderlas mientras la primera y ultima permanezcan en su lugar correcto?"- Leo y respondo mentalmente: "Claro que sí"
Paso las páginas rápidamente para intentar captar alguna imagen atractiva pero no lo logro, cierro la revista y golpeo los tacos de mis zapatos de manera ansiosa. "Inglaterra, ¡ahora!"- digo en voz baja.
Me había hartado de Francia, ya no había Emile a quien quitarle un poco de sangre, sangre que no era muy exquisita la verdad. Francesa estúpida, cómo pudo creer que dejaría que se vaya sin beber un poco de su clarísima sangre.
La mujer de cabello negro duerme y eso me tranquiliza un poco, normalmente no suelo molestar a las personas mientras duermen pero noté que había una pluma rosa a sus pies. La recogí y le pregunté si era suya intentando no despertarla.

Entre sueños oí una voz. al principio creí que seguía en mi mundo pero abrí ligeramente los ojos y me di cuenta que no era una voz onírica.
Había una chica rubia, apenas podía verla con el contraste de luces del avión, pero sí su pelo. Era increíblemene rubio, parecía que brillaba, pero claro, aún estaba algo dormida.
Me enseñaba una pluma. "¡Mi pluma! Casi la vuelvo a perder". Era tan normal y desesperante para mí perder las cosas por querer ir tan deprisa que siempre terminaba cayéndose algo. Esa vez era mi pluma.
No es que fuera algo especial, pero me encantaba. La encontré en una tienda de artículos antiguos donde me hice bastante amiga del viejo dueño. Era un hombre muy amable y conseguí esa pluma, tan sencilla pero tan práctica y agradable, casi regalada.
- Yo... Oh! Muchas gracias, se me había caído.- acerqué mi mano para recogerla.
Llegué a tocarla y fue una sacudida. Eran heladas. Unas suaves, pequeñas y heladas manos sostenían mi pluma. Aunque eso me hizo despertar del todo no quería ser mal educada. Al fin y al cabo me había devuelto mi pluma con un gesto altruista. Sonreí de forma agradecida y finalmente cogí la pluma y la guardé en el primer lugar que se me ocurrió, el bolso.
Me quedé algo embobada pensando si debía pregutarle si tenía frío, a juzgar por la temperatura de sus manos, y prestarle algo para taparse. Pero no lo hice, era demasiado grosero.

La mujer de cabello negro se cubre y yo me pregunto si realmente hace frío. No tengo como saberlo pero en fin...traía puesto un abrigo y una pashmina por si acaso llovía en Londres o algo así.
Me gustaba la mujer, me gustaba mucho verla con los ojos cerrados, se veía intranquila aunque estuviera descansado. Quería abrirle los ojos y hablarle de cualquier cosa, no sé cosas como "¿Tu pluma es Cartier?" o "Y... Viajas a menudo con esta aerolinea"
Me sentía como un mosquito, algo que le molestaba...así ella no lo notara. Quería darle un beso quizás pero no, era muy apresurado... tenía miedo de que termine como Emile y Frida.
El rosa nunca fue de mi agrado pero debía admitir que de pequeña muchas cosas mías eran rosas, como los vestidos que me hacía la señora Yin.
Mi gato tenía una corbata rosa y mis zapatos eran rosas también. Pero la pluma de aquella mujer era un rosa más de dama, no de niña, era un rosa de carácter.
Fuí apoyando lentamente mi cabeza en su hombro y olfateando la tela que le cubría. Si era descubierta quizás se molestaría y cambiaría de asiento. Rogaba a cualquier deidad por que no se moviera ni un milímetro.

Trataba de pensar en nada, pero habían muchas cosas, las gotas deslizandose por la ventanita del avión, las aeromosas insípidas y los muffins que traían. El olor a café de sobre, el cabello de la desconocida y el olor a esmalte de uñas que se desprendía de las manos de alguna barata sentada delante de nosotras.

Noté algo a mi lado. Era la misma rubia, estaba segura. Había sentido ese escalofrío al tocarle la mano y ahora lo sentía en el hombro. "Debe tener mucho sueño", pensé, "Se querrá apoyar en algún lado y no se ha dado cuenta".
El pelo le caía encima de mi brazo. Realmente era un rubio impresionante. Parecía oro, pero de esa clase de oro restaurado, Como cierta pintura que vi una vez cuando viajé a España. Uan pintura que cubría toda una habitación en el ayuntamiento de Barcelona. No había ni una sola luz. Pero la pintura dorada iluminaba todo el espacio. Me puse a pensar tranquilamente. Parecía tan delicada que no quise molestarla. "Tengo que ir primero a ver a la Galería que me ha dicho mi jefe, al día siguiente a la casa antigua a ver si puedo ayudar a mi amigo con su pintura..." No podía pensar bien. Ese pelo me ponía nerviosa. Mejor dicho, me fascinaba. Tenía unas tentaciones terribles de hacerle una foto pero no podía hacerlo. Aunque fuese despistada, soñadora y alocada, aún tenía en mente los buenos modales. Tal vez... tal vez dibujarlo... "Sí, tal vez pueda dibujarlo, parece dormida o medio dormida. Tal vez pueda dibujar algo más de ella y luego terminarlo cuando no esté. Así no se sentirá mal pero tampoco perderé esta oportunidad. Puedo enseñarselo luego a alguno de los artistas de la galeria, tal vez con mis indicaciones pueda llegar a dibujar ese pelo... y este frío que, extrañamente, me fascina".
Con el brazo llegué a unos papeles que tenía. Siempre llevaba papel encima. Por si acaso. Cogí la pluma que había guardado y empecé a hacer un boceto, unas líneas apenas, cuando noté que se movía.